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sin ninguna preparación especial. ¡Vaya, si tío Tom me ha dicho que incluso hay lugares
junto al Mediterráneo (que es un océano de La Belle France) donde los nativos se bañan
sin ropas de ninguna clase y no digamos trajes o máscaras aislantes!
Pero no me gustaría. No es que me importe exhibir el cuerpo, como a todos los de
Marte me complace una buena sudada en la sauna. Pero me aterraría bañarme en un
océano. Estoy decidida a no remojarme en absoluto en nada mayor que una bañera. En
una ocasión, a principios de primavera, vi cómo sacaban a un hombre del Gran Canal:
tuvieron que deshelarle antes de poder incinerarle; y aunque digan que en todas las
costas del Mediterráneo, en primavera, el ambiente suele estar a la misma temperatura de
la sangre y el agua no mucho más fría, Podkayne Fries no va a correr riesgos estúpidos.
Ahora bien, me siento terriblemente ansiosa por ver la Tierra, tan fantásticamente
improbable. La verdad es que mis ideas más claras sobre este planeta tienen su origen en
las historias de Oz y, si uno se pone a pensarlo, no creo que ésa sea una fuente de
información muy digna de crédito. Quiero decir que la conversación de Dorothy con el
Mago es instructiva, sí, pero ¿sobre qué? Cuando yo era una niña creía al pie de la letra
todas las historias de Oz, pero ahora ya no soy una niña y no puedo creer que un
torbellino sea un buen medio de transporte, ni que uno vaya a encontrarse con el Hombre
de Hojalata en un camino de ladrillo amarillo.
En el Tic-Toc sí que creo, porque nosotros tenemos Tic-Tocs en Marsópolis para los
trabajos más simples y tediosos. No exactamente como el Tic-Toc de Oz, naturalmente, y
tampoco nadie le llama Tic-Toc, aparte de los niños; pero algo muy parecido, lo suficiente
para demostrar que las historias de Oz se basan en hechos, aunque no precisamente
históricos.
Y también creo en el Tigre Hambriento, y de modo totalmente realista, porque había
uno en el museo municipal cuando yo era una niña, regalo del club Kiwania de Calcuta a
los kiwanianos de Marsópolis. Siempre me pareció que me miraba como si yo fuera su
aperitivo. Murió cuando yo tenía unos cinco años y no supe si entristecerme o alegrarme.
Era hermoso... y parecía tan hambriento...
Pero aún nos faltan muchas semanas para llegar a la Tierra y, mientras tanto, Venus
tiene algunos puntos de interés para una recién llegada como yo.
Desde luego les recomiendo que hagan todos sus viajes acompañados por mi tío Tom.
Al llegar aquí no tuvimos que aguardar tontamente en la Sala de la Hospitalidad. Nada
más llegar se nos concedió «cortesía del puerto», con gran dolor de la señora Royer.
«Cortesía del puerto» significa que nadie registra el equipaje ni se molesta en repasar
toda la documentación: pasaporte, informe de salubridad, permiso de seguridad, prueba
de solvencia, certificado de nacimiento y otros diecinueve formularios. En lugar de
entretenemos con estos trámites absurdos, nos condujeron desde la estación de satélites
al aeropuerto espacial en la nave privada del presidente de la Corporación. ¡Allí fuimos
recibidos por el presidente en persona, nos acomodaron en su Rolls, y así entramos como
miembros de la realeza en el Hilton Tannhauser!
El presidente nos invitó a que nos instaláramos en su residencia oficial - su «quinta»,
que es la palabra que utilizan en Venus cuando quieren decir un palacio -, pero creo que
en realidad no esperaba que aceptáramos. Tío Tom se limitó a arquear burlonamente las
cejas y dijo:
- Señor presidente, no creo que le gustara que alguien pudiera acusarle de haberme
sobornado, aunque usted lo hiciera.
El presidente no pareció ofenderse en lo más mínimo. Se echó a reír hasta que su
vientre empezó a agitarse como el de san Nicolás, al que, por cierto, se parece mucho
con su barba y sus mejillas sonrosadas. Sus ojos, sin embargo, brillan siempre con
frialdad, incluso cuando ríe.
- Senador - replico, creí que usted me conocía mejor. Mis intentos de sobornarle serían
mucho más sutiles. Quizás a través de esta jovencita. Señorita Podkayne, ¿le gustan las
joyas?
Le dije sinceramente que no mucho, porque siempre las pierdo. Parpadeó y se volvió a
Clark.
- ¿Y tú, hijo?
- Yo prefiero dinero en efectivo - respondió Clark.
El presidente parpadeó de nuevo y no dijo nada.
El chófer, a quien no se comunicó ninguna instrucción, nos condujo directamente a
nuestro hotel. Ésta es la razón que me hace suponer que el presidente nunca esperó que
aceptáramos su hospitalidad.
Sin embargo ahora empiezo a comprender que para tío Tom éste no es del todo un
viaje de placer. También empiezo a captar emocionalmente un hecho que sólo conocí
intelectualmente en el pasado: tío Tom no es tan sólo el mejor jugador de pinacle de
Marsópolis, sino que a veces toma parte en otros juegos en los que se apuesta mucho
más fuerte. Debo confesar que lo que se trae entre manos está fuera de mi alcance, a no
ser el hecho, que todo el mundo conoce, de que la conferencia de los Tres Planetas va a
celebrarse muy pronto.
Pregunta: ¿Resulta concebible que tío Tom esté de algún modo involucrado en este
asunto, como consejero tal vez? Espero que no, ya que eso podría demorarle semanas y
semanas en Luna y no deseo en absoluto perder el tiempo en una pesada bola de escoria
mientras las maravillas de la Tierra me aguardan... y tal vez tío Tom se pusiera pesado y
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