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La señorita Rubores se incorporaba y hacía entrechocar sus pinzas. Arrodillado junto a
ella, Zane Gort frotaba suavemente su chamuscado costado con una esponja húmeda: la
fea mancha casi había desaparecido. Zane metió la esponja en una pequeña cavidad de
su propio pecho mientras sostenía a la róbix con un brazo.
 Tranquilízate  dijo . Todo va bien. Estás entre amigos.
 ¿De veras? ¿Cómo puedo estar segura?  Se apartó de él, se palpó a si misma y
cerró apresuradamente varias tapaderas . ¿Qué has hecho conmigo? He estado tendida
aquí, exhibiéndome. ¡Esos humanos me han visto con mis enchufes destapados!
 Era necesario  le aseguró Zane . Necesitabas electricidad y otros cuidados. Has
pasado un mal rato. Ahora debes descansar.
 ¡Otros cuidados!  chilló la señorita Rubores . ¿Qué pretendías al exhibirme a la
lúbrica curiosidad de esos humanos?
 Señorita, le aseguro que somos unos caballeros  intervino Flaxman . Ninguno de
nosotros ha mirado... Aunque debo confesar que es usted una róbix realmente atractiva:
si los libros de Zane llevaran sobrecubiertas, le pediría que posara para una de ellas.
 ¡Sí, con mis portillos abiertos de par en par y mis orificios de engrase destapados,
supongo!  exclamó la señorita Rubores, escandalizada.
9
En el lavadero de su buhardilla-apartamento, tapizado en caucho sintético imitando
nudosa madera de pino, Eloísa Ibsen untaba crema en el lastimado trasero de Hornero
Hemingway.
 No aprietes, muñeca. Me duele mucho  advirtió el atlético escritor.
 Vamos, vamos, no seas chiquillo  replicó la caprichosa escritora.
 ¡Aaah! Eso está mejor... Ahora el paño de seda, muñeca.
 En seguida. ¡Caray! Tienes un hermoso cuerpo, Hornero. Sólo de mirarlo noto... algo
raro.
 ¿De veras, muñeca? Mira, creo que podría beber un poco de leche caliente dentro
de cinco minutos.
 Déjate de leche. Sí, de veras, me entra... algo. Hornero, vamos a...
Le murmuró la sugerencia al oído.
El robusto escritor se apartó de ella.
 ¡Ni hablar, muñeca! Antes tengo que recuperarme de ese trauma. Esto le deja a uno
sin fuerzas.
 Podríamos buscar una postura más cómoda para ti. En cuclillas, por ejemplo...
 En esa postura se pierde la energía tántrica. Y no vuelvas a echarme el aliento en el
oído de ese modo, me has dejado sordo.  Hornero mullió la almohada y apoyó en ella su
mejilla . Además, no estoy de humor para eso.
Eloísa se incorporó y empezó a pasear nerviosamente de un lado a otro.
 Narices, eres peor que Gaspard. Él siempre estaba de humor, aunque sus recursos
fueran limitados.
 Deja de pensar en ese mequetrefe  dijo Hornero, soñoliento . Viste cómo le
zurraba, ¿no es cierto?
Eloísa siguió midiendo el cuarto a grandes pasos.
 Gaspard era un mequetrefe  dijo, analítica , pero tenía una mente astuta, o no
habría sido capaz de ocultarme que era un esquirol. Y nunca lo hubiera sido, si no le
hubiera parecido más conveniente que alinearse con el sindicato. Gaspard es holgazán,
pero no está loco.
 La última muñeca que tuve solía servirme puntualmente mi leche caliente  observó
Hornero desde la mesa de masaje.
Eloísa apresuró el paso.
 Apuesto a que Gaspard ha sabido por Flaxman y Cullingham que la Rocket House
oculta un as en la manga para derrotar a los escritores... y a los demás editores. Por eso
no se molestó en proteger sus máquinas de redactar. Apuesto a que el muy canalla está
sentado ahora mismo en la oficina de Flaxman y Cullingham, riéndose de nosotros.
 Y la muñeca que me servía mi leche no andaba todo el tiempo de un lado a otro
hablando a solas  comentó de nuevo Hornero.
Eloísa dejó de pasear y le miró.
 Bueno, supongo que ella no pasaba mucho tiempo en la cama contigo sacándote la
energía tántrica. Desengáñate, Hornero, no pienso colgarme en un armario ni sentarme
junto al fogón a calentar tus biberones, aunque esa última muñeca tuya de pelvis
subdesarrollada lo hiciera. Cuando me posees a mí, Hornero, posees una mujer de
cuerpo entero.
 Lo sé, muñeca  replicó Hornero con cierto acaloramiento . Y tú un hombre de
cuerpo entero.
 No sé...  dijo Eloísa . Dejaste que ese robot amigo de Gaspard te azotara como si
fueras un niño.
 Eso no es justo, muñeca  protestó Hornero . Esos bichos de hojalata son capaces
de matar al hombre más fuerte del mundo. Harían pedazos a Hércules... o a cualquier
héroe de las antiguas películas.
 Supongo que si  dijo Eloísa. Se acercó a la mesa . Pero, ¿no te gustaría volver a
zurrar a Gaspard, aunque sólo fuera por lo que te hizo el robot? Vamos, Hornero.
Llamemos a los aprendices y asaltemos la Rocket House ahora mismo. Quiero ver la cara
de Gaspard cuando aparezcas.
Hornero lo pensó un par de segundos.
 Ni hablar, muñeca  decidió al fin . Debo cuidarme el físico. Volveré a zurrar a
Gaspard dentro de tres o cuatro días, si quieres que lo haga.
Eloísa se inclinó hacia él.
 Quiero que lo hagas ahora mismo  exigió . Nos llevaremos unas cuantas cuerdas,
ataremos a Flaxman y a Cullingham y les asustaremos.
 La cosa empieza a interesarme, muñeca. Me gustan los juegos a base de atar a la
gente.
Eloísa dejó oír una risita ahogada.
 A mi también  dijo . Un día de éstos, Hornero, voy a atarte a esta mesa.
El robusto escritor frunció el ceño.
 No seas vulgar, muñeca.
 Bueno, ¿qué me dices de la Rocket House? ¿Lo hacemos o no?
Hornero habló enfáticamente:
 La respuesta es negativa, muñeca.
Eloísa se encogió de hombros.
 Bueno, si tú dices que no, es que no.
Reanudó sus paseos de un lado a otro del cuarto.
 Nunca confié realmente en Gaspard  se dirigió a una mancha de la pared . Se
drogaba con libros y sentía un afecto anormal hacía las máquinas. ¿Cómo puede una [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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